lunes, 7 de febrero de 2011

En la ciudad de la furia


Miércoles 11 de la mañana, el sol quema, la humedad envuelve, el calor lo cubre todo. El horizonte se difumina producto del vapor de agua que sube a la atmósfera y que se presta, en pocas horas, a regresar en formas de gotas de lluvia.

El taxi está en medio del gran tráfico que impide avanzar un metro, se acciona el pito que parece está sujeto al parpadeo del conductor, ya que suena cada dos segundos, luego de varios intentos aparece el: “sigue…cachuuudo”, en la esquina el que vende cortaúñas, pilas, relojes, jabones y demás accesorios grita a todo pulmón ofreciendo sus productos, mientras el payaso del frente micrófono en mano y con los parlantes a todo volumen con la canción de moda “contra la pared” hace bromas y se hace el galán invitando a pasar a los transeúntes a ver las ofertas del almacén de artículos varios detrás de él.

De la misma manera peatones cruzan en fila india por en medio de los carros y no falta el conductor que, bajando el vidrio, al ver una chica guapa, dice: “shhiga mijita” y, en el desgraciado evento de no ser una chica guapa sino una señora cincuentona no muy agraciada, sin bajar la ventana, le hace un ademán molesto diciendo: “cruce vieja de mierda..”, sin no haber vuelto a parpadear.. perdón a clavar el pito.

11:30 9 de octubre y Boyacá, veo hacia la derecha gente caminando muy rápido, hacia la izquierda abogados desde y hacia la corte, sosteniendo el calor con sus trajes de lino y sudando como tapa de olla. Mucha gente, gente siempre corriendo, con rostro adusto, no dispuesta a ceder un centímetro de su tiempo. Camino cinco cuadras hacia la izquierda llueven los vendedores ambulantes, agua, jugos, empanadas, calzones, pilas, relojes, perfumes, refrigeradores, nintendos, plays stations, otra vez calzones, todo lo que se pueda imaginar.

Empieza el arte, empieza la negociación, al que es de afuera prohibido hablar sino “ese paga”, no falta el “amigo” que le grita al otro desde la otra vereda “habla saco de cachos” y el otro responde sonriente alzando su mano. Te piden 120 para dejarte en 40, cuánto vale? 60 pero puede ofrecer..?.

Luego paso por la corte, en los bajos nuevamente… tarjetas, agua, jugos, “se alquila teléfono”, empanadas de piña, colas, cangrejo enlatado, “se hacen escritos” y se enseña inglés. En plena Av. Quito cinco carriles utilizados por los buses de transporte urbano, que, están en constante carrera guiados por el chofer mal encarado con camisa abierta hasta el ombligo y con la corneta del bus pegado a sus párpados.

Soy guayaquileño de cepa, vivo en otra ciudad, cada vez que regreso me embarga una dualidad de emociones, nostalgia y alegría por estar de vuelta, por el aire de río, por la comida, por su gente y, a su vez, desesperación por la rapidez, el bullicio, el calor  y el ritmo trepidante de la ciudad. De lunes a viernes Guayaquil es un infierno, los fines de semana es el cielo. Hasta las seis de la tarde pareciera que en cada esquina existe alguien molesto, furioso dispuesto a desquitarse con quien se le ponga encima, después de esa hora, en cada cuadra siempre habrá alegría a pesar de las penas.

Guayaquil es una ciudad hermosa, no por su infraestructura, arquitectura, autoridades o idiosincrasia, es hermosa por su gente, aquella que vence día a día las adversidades y los que, esquivando el camino de la delincuencia, día a día se las ingenian para salir adelante y progresar. En Guayaquil sobre todo lo que no falta es creatividad, es su gente la que nos hace extrañarla.


Quiero cruzar al parque del centenario y de repente la brisa del final de la tarde me llena, me envuelve, me recuerda esa calidez del clima de mi gente, de mi ciudad, me refresca, hasta que… al cruzar la calle en el medio de la misma, me sobresalta el sonido chillante de un pito que detona en mis oídos como el chillido de un ave, seguido por una exclamación poética: “cruza pues cojuuudo”, esto me trae de regreso y me recuerda que estoy en la ciudad de la furia.





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