lunes, 11 de abril de 2011

El tiempo verdugo



Muchos nos llenamos el alma al decir que no odiamos a nadie, pero yo SÍ, yo ODIO el tiempo. El artilugio más nefasto del ser humano es el reloj, el tiempo maldito nos hace ir apurados, nos hace levantarnos tarde y nos obliga a acostarnos temprano.

El tiempo es un sicario verdugo que no se conduele con nada ni nadie, que pasa carcomiéndonos el alma y los huesos, el que nos aparece las arrugas y las canas, el que hace caer lo que estuvo en pie y que levanta lo que debe estar acostado (como el azúcar).

El tiempo pasa cuál tren bala en nuestros momentos felices y se detiene en nuestros momentos de tristeza, de coraje o de miedos, no sólo se nos lleva el cabello sino que se nos lleva las sonrisas, los besos, los polvos, los familiares, las novias (o novios) y los convierte todos en “recuerdos” y, en muchos casos, hasta los recuerdos se los lleva, ya que, lamentablemente, no contamos con un disco duro externo de 1 terabyte para ellos.

El tiempo nos disfraza el alma y nos engaña el corazón con la “felicidad” y cada cierto tiempo nos golpea con la tristeza para recordarnos que estamos aquí de paso.  El tiempo obliga a muchos acumular, tomar, quitar, dar, recibir y sin importarle cómo, cuándo ni dónde. Podemos estar alegres, tristes, molestos, felices, infelices, pero él siempre está, esperándonos ahí a la vuelta de la esquina.

Odio el tiempo, odio el reloj, odio los siglos, décadas, lustros, años, meses, semanas, días, horas, minutos, segundos, todo ese orden perverso que nos obliga a movernos pero reconozco que no puedo vivir sin él. Sin el tiempo no hubiese podido contar los meses y días para que nazca mi hijo, para verle a mi esposa, para viajar y para escribir este post.

Sólo espero que el tiempo se conduela conmigo y en su tránsito imparable me lleve más por rosas que espinos y sólo espero que el día en que llegue mi muerte me permita decirle a los míos que los amo y que me lleve inexorablemente en paz.

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