lunes, 11 de abril de 2011

Crónicas del Pueblo del Fin del Mundo (Parte II)



Despierto de un brinco, más bien de un golpe, de un golpe del freno del bus. Por un momento estoy desorientado, hasta cuando mi mente nuevamente reconfigura los datos y me recuerda dónde estoy, hacia dónde voy y para qué.

Estoy en un bus de Rutas Orientales o como le dicen los lugareños “La Orienrut” que me lleva de Méndez a Santiago, cabecera cantonal de Tiwintza. Me habré quedado dormido alrededor de una hora (generalmente no duermo en los buses), veo hacia mi derecha y el sol ya golpea inexorablemente, cada vez que el bus se detiene entra la oleada de calor implacable, que sería mi acompañante el resto del día.

Para romper mis esperanzas de lo contrario, en el bus no ha dejado de sonar aquellas melodías que me han acompañado desde hace 9 horas que salí de Cuenca y que me acompañarían las 2 y media que me faltan para llegar a mis destino y las 11 y media para volver: la bachata. A todo volumen, estridente, al parecer soy el único de por aquí que no le gusta el ritmo.

Intento leer, mi fiel compañero de viajes, no sé que sería de mis viajes sin un libro. Cuando empezaba a animarme en la lectura “Doña Gladys” (la protagonista de la primera parte de este relato) me indica que esta zona antes era intransitable por cuanto habían derrumbes todo el rato.

Hay maquinarias por toda la carretera, poniendo capa asfáltica, haciendo puentes, señalizando, pintando, trabajando en ese calor infernal.

Sé que aún falta para llegar por cuanto es la segunda vez que vengo. Voy viendo de vez en vez el paisaje, una mezcla de montañas con selvas, cascadas, abismos, casas de madera con techos de plásticos, niños delgados sin camisetas.

Se suben y bajan personas, los rasgos son inconfundibles, son descendientes shuar en su mayoría, se sube una chica de unos 22 años con 3 hijos y embarazada, la nena mayor de unos 8 años se preocupa por sus hermanos y al parecer están bien instruidos en cómo ubicarse y dónde quedarse.

Mis ojos nuevamente se cierran producto del cansancio y “doña Gladys” me pregunta sobre si tengo familia en las playas (aquel día fue el terremoto en Japón y la se dio la alerta de tsunami en nuestro país), le dije que no, que tenía amigos allí pero sí a toda mi familia en Guayaquil, pero confiaba en que no iba a pasar nada.


Miro nuevamente por la ventana y me llama la atención ver una casa hecha con remiendos de tablas, puerta y ventanas de plástico, techo de zinc mal puesto, con niños descalzos jugando fuera pero con su antena de Directv en el techo, una imagen alucinante y sobre todo que dibuja nuestros sentidos de las prioridades.

Los jeeps, mini tanquetas, conscriptos trotando, pista de avión, el letrero: “en este cuartel tenemos: 33 días sin accidentes”, me avisan que estoy en el cuartel de la fuerza terrestre “Santiago”, por ende la entrada a Tiwintza, mi destino.

El bus me deja en la plaza central, el único parque del pueblo y que está arreglado, el calor me abraza con fuerza, 37,5 grados marca el termómetro del cuartel, veo a los 4 puntos cardinales y me encuentro con el mismo paisaje –que a pesar de ser la segunda vez que lo veía- no me deja de impresionar: polvo y más polvo, casas todas de paredes de madera, techos de zinc, los únicos espacios asfaltados del pueblo son la carretera que llega hasta el río morona (a 10 minutos de allí) que es la frontera y la pista de aterrizaje del cuartel militar.


Constato, sólo por masoquista porque ya lo sé, que mi celular no tiene señal, lo primero que busco es un lugar donde hacer una llamada, pregunté a un militar que pasaba, dónde podía hacer una llamada, me indicó que en el pueblo hay dos lugares dónde hay cabinas, los dos a tres cuadras en direcciones opuestas entre sí, desde donde estoy.

Llego al primero y veo que dice “internet” y me alegro, pido una compu, pero el internet es tan lento que a lo mucho me sirvió para entrar a mi email y mandar un correo en 30 minutos. Pedí una llamada, me indicaron que no se podía, que debía caminar a la otra cabina, lo hice, en la cabina el calor se concentraba, las llamadas eran entre cortadas y el costo el triple, pero conseguí mi propósito.

Tiwintza, en su cabecera cantonal Santiago, no debe tener más de 10 cuadras de perímetro, con 6 calles, todas sin asfaltar. En mi recorrido de 6 o 7 cuadras conté 5 casas de cemento: la cabina, la única tienda – supermercado, la escuela y un par de casas más. Lo que sí conté fueron 14 antenas de Directv y que a la larga es entendible por cuanto según comentarios de doña Gladys sólo llegan 2 canales de señal abierta.

Igualmente ví en casi todas las casas otras antenas satelitales, son los nuevos teléfonos satelitales, instalados hace menos de dos meses por el gobierno. Esto permite ver por las calles la imagen surrealista de ver personas con teléfonos de base, en el bolso y hablando cuál celulares, pero andan contentos de finalmente hablar con sus seres queridos.

En Tiwintza aún no hay alcantarillado sanitario y agua potable sólo cuentan algunas casas, la escuela y el municipio. Camino por las calles, con todas las miradas que me recuerdan que no soy de aquí y que llamo la atención, sin embargo, todos son muy amables, me saludan sin conocerme.

Lo que me lleva a este rincón de la patria, es un trabajo profesional realizado al municipio y, por ende, había que entregarlo formalmente. El “nuevo edificio” (como le llaman en el pueblo por haber otro viejo) es la mejor edificación del pueblo, la más alta (de 3 pisos), la más adecuada y mejor equipada.

Tiwintza está catalogado como el cantón más pobre del Ecuador, sobre todo por el volumen de las necesidades básicas insatisfechas de sus habitantes. Sin embargo, su anterior alcalde tenía un sueldo de $. 5,200 mensuales, a pesar que todo el pueblo carece de agua potable, alcantarillado sanitario, recién cuenta con luz eléctrica, carece de asfaltado, sus niños tienen una escolaridad media de 4 años y altos niveles de desnutrición. Fue revocado, al parecer el actual alcalde quiere cambiar esa realidad.

Hasta hace 4 meses el pueblo contaba con dos líneas telefónicas, una privada y la municipal, ahora cada departamento municipal cuenta con su propia línea y esto les permite realizar de mejor manera sus actividades.

Tiwintza carece de profesionales que puedan permitir el desarrollo municipal con personal propio, por lo que tienen que, por ahora, importar profesionales, de Cuenca, Riobamba, Quito, Macas, Puyo, etc.

Cada minuto de permanencia aquí me recuerda el olvido al que ha sido sometido este pueblo desde tiempos inmemoriales, sólo recordado en tiempos de Guerra y que recién ahora, al menos, un Gobierno les ha dado luz eléctrica, carretera, una entidad bancaria y telefonía, servicios básicos para cualquiera de nosotros.

En la hora del almuerzo con mi lonchera sentado en una de las bancas de su único parque contemplo madres adolescentes, gente saliendo a esperar agua de tanquero, señoritas coqueteando con militares (el 80% de sus mujeres se casan con militares, que son apreciados como buenos partidos por estos lares), niños saliendo de la escuela jugando fútbol en el polvo, militares vendiendo pollo, entre otros, pienso el nivel de acostumbramiento que puede llegar el ser humano a sus condiciones, tienen carencias, muchas y graves, pero siguen sus vidas en función de sus realidades.


Por otra parte, pienso en que estos rincones aún están fuera de las taras y vicios de los conglomerados urbanos y su carencia de malicia es su mayor virtud y su mayor defecto.

Tienen un proyecto de desarrollo turístico que espero dé resultados, ya que en su periferia, tiene muchas riqueza natural, sólo pero que no sea masivo, sino este lugar irá ganando en servicios (necesarios y urgentes) pero perderá en felicidad. Serán invadidos por nuevos turistas, nuevo capital (lo que es bueno) pero también con nuevos problemas.


Estos pueblos nuestros que son perdidos en el tiempo y en el espacio deben ser protegidos por todos, debemos concientizarnos con su realidad, con su extrema pobreza, trabajar en darle mejores condiciones, en supervigilar que no exista corrupción en sus órganos de administración pero, también, que no pierdan su esencia, su escala de valores que, en mi opinión, es de la más alta escala comparada con la de nuestros mejores puritanos urbanos.


Cae la tarde y con ella en algo el calor, tomo la última ruta a Macas que me dejará en la “Y” de Patuca, para seguir mi camino y pienso en todo lo vivido y me meto en mis reflexiones hasta que Aventura me recuerda, a todo volumen en mi oído, que me acompañará de regreso a casa.
  


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola. Gracias por tomarte el tiempo de leer. Déjanos tu mensaje.