El Diario de un Mortal
No necesitamos ser "extraordinarios" para ser "normalmente especiales". Este es el diario de los comunes.
lunes, 25 de abril de 2011
EL AVE FÉNIX
En estos momentos todo es una dura prueba, un golpe bajo, derrumbamiento de fuerzas. En estos momentos en los que nadie cree, en los que todos señalan y critican, en la que la noche se la ve eterna y el día inalcanzable, mi corazón se consuela a tu lado.
En estos momentos en los que dudo del ser supremo, en los que me cuestiono mis valores morales, el bien y el mal, tu alma me regresa a tierra.
En este día en el que todo parece particularmente duro, en el que la toalla está cerca del suelo, en la que la tristeza llena nuestras horas, tu espíritu me da aliento.
Tus lágrimas son el fuego que me hacer arder y tener ganas de resucitar, tu tristeza es la cachetada que necesitaba para reaccionar y para darme cuenta que HACE FALTA MUCHÍSIMO MÁS PARA QUE NOS PUEDAN DOBLEGAR, no hace falta un pelotón sino un ejército para vencernos.
Te amo incomparablemente y ese amor es la fuerza que me permite ponerme de pie ahora nuevamente, porque crees en mí y yo creo en ti, resurgiremos, yo seré tu bastón y tú el mío, venceremos, estoy seguro.
Tú y yo juntos somos invencibles.
Andrés
lunes, 11 de abril de 2011
Crónicas del Pueblo del Fin del Mundo (Parte II)
Despierto de un brinco, más bien de un golpe, de un golpe del freno del bus. Por un momento estoy desorientado, hasta cuando mi mente nuevamente reconfigura los datos y me recuerda dónde estoy, hacia dónde voy y para qué.
Estoy en un bus de Rutas Orientales o como le dicen los lugareños “La Orienrut” que me lleva de Méndez a Santiago, cabecera cantonal de Tiwintza. Me habré quedado dormido alrededor de una hora (generalmente no duermo en los buses), veo hacia mi derecha y el sol ya golpea inexorablemente, cada vez que el bus se detiene entra la oleada de calor implacable, que sería mi acompañante el resto del día.
Para romper mis esperanzas de lo contrario, en el bus no ha dejado de sonar aquellas melodías que me han acompañado desde hace 9 horas que salí de Cuenca y que me acompañarían las 2 y media que me faltan para llegar a mis destino y las 11 y media para volver: la bachata. A todo volumen, estridente, al parecer soy el único de por aquí que no le gusta el ritmo.
Intento leer, mi fiel compañero de viajes, no sé que sería de mis viajes sin un libro. Cuando empezaba a animarme en la lectura “Doña Gladys” (la protagonista de la primera parte de este relato) me indica que esta zona antes era intransitable por cuanto habían derrumbes todo el rato.
Hay maquinarias por toda la carretera, poniendo capa asfáltica, haciendo puentes, señalizando, pintando, trabajando en ese calor infernal.
Sé que aún falta para llegar por cuanto es la segunda vez que vengo. Voy viendo de vez en vez el paisaje, una mezcla de montañas con selvas, cascadas, abismos, casas de madera con techos de plásticos, niños delgados sin camisetas.
Se suben y bajan personas, los rasgos son inconfundibles, son descendientes shuar en su mayoría, se sube una chica de unos 22 años con 3 hijos y embarazada, la nena mayor de unos 8 años se preocupa por sus hermanos y al parecer están bien instruidos en cómo ubicarse y dónde quedarse.
Mis ojos nuevamente se cierran producto del cansancio y “doña Gladys” me pregunta sobre si tengo familia en las playas (aquel día fue el terremoto en Japón y la se dio la alerta de tsunami en nuestro país), le dije que no, que tenía amigos allí pero sí a toda mi familia en Guayaquil, pero confiaba en que no iba a pasar nada.
Miro nuevamente por la ventana y me llama la atención ver una casa hecha con remiendos de tablas, puerta y ventanas de plástico, techo de zinc mal puesto, con niños descalzos jugando fuera pero con su antena de Directv en el techo, una imagen alucinante y sobre todo que dibuja nuestros sentidos de las prioridades.
Los jeeps, mini tanquetas, conscriptos trotando, pista de avión, el letrero: “en este cuartel tenemos: 33 días sin accidentes”, me avisan que estoy en el cuartel de la fuerza terrestre “Santiago”, por ende la entrada a Tiwintza, mi destino.
El bus me deja en la plaza central, el único parque del pueblo y que está arreglado, el calor me abraza con fuerza, 37,5 grados marca el termómetro del cuartel, veo a los 4 puntos cardinales y me encuentro con el mismo paisaje –que a pesar de ser la segunda vez que lo veía- no me deja de impresionar: polvo y más polvo, casas todas de paredes de madera, techos de zinc, los únicos espacios asfaltados del pueblo son la carretera que llega hasta el río morona (a 10 minutos de allí) que es la frontera y la pista de aterrizaje del cuartel militar.
Constato, sólo por masoquista porque ya lo sé, que mi celular no tiene señal, lo primero que busco es un lugar donde hacer una llamada, pregunté a un militar que pasaba, dónde podía hacer una llamada, me indicó que en el pueblo hay dos lugares dónde hay cabinas, los dos a tres cuadras en direcciones opuestas entre sí, desde donde estoy.
Llego al primero y veo que dice “internet” y me alegro, pido una compu, pero el internet es tan lento que a lo mucho me sirvió para entrar a mi email y mandar un correo en 30 minutos. Pedí una llamada, me indicaron que no se podía, que debía caminar a la otra cabina, lo hice, en la cabina el calor se concentraba, las llamadas eran entre cortadas y el costo el triple, pero conseguí mi propósito.
Tiwintza, en su cabecera cantonal Santiago, no debe tener más de 10 cuadras de perímetro, con 6 calles, todas sin asfaltar. En mi recorrido de 6 o 7 cuadras conté 5 casas de cemento: la cabina, la única tienda – supermercado, la escuela y un par de casas más. Lo que sí conté fueron 14 antenas de Directv y que a la larga es entendible por cuanto según comentarios de doña Gladys sólo llegan 2 canales de señal abierta.
Igualmente ví en casi todas las casas otras antenas satelitales, son los nuevos teléfonos satelitales, instalados hace menos de dos meses por el gobierno. Esto permite ver por las calles la imagen surrealista de ver personas con teléfonos de base, en el bolso y hablando cuál celulares, pero andan contentos de finalmente hablar con sus seres queridos.
En Tiwintza aún no hay alcantarillado sanitario y agua potable sólo cuentan algunas casas, la escuela y el municipio. Camino por las calles, con todas las miradas que me recuerdan que no soy de aquí y que llamo la atención, sin embargo, todos son muy amables, me saludan sin conocerme.
Lo que me lleva a este rincón de la patria, es un trabajo profesional realizado al municipio y, por ende, había que entregarlo formalmente. El “nuevo edificio” (como le llaman en el pueblo por haber otro viejo) es la mejor edificación del pueblo, la más alta (de 3 pisos), la más adecuada y mejor equipada.
Tiwintza está catalogado como el cantón más pobre del Ecuador, sobre todo por el volumen de las necesidades básicas insatisfechas de sus habitantes. Sin embargo, su anterior alcalde tenía un sueldo de $. 5,200 mensuales, a pesar que todo el pueblo carece de agua potable, alcantarillado sanitario, recién cuenta con luz eléctrica, carece de asfaltado, sus niños tienen una escolaridad media de 4 años y altos niveles de desnutrición. Fue revocado, al parecer el actual alcalde quiere cambiar esa realidad.
Hasta hace 4 meses el pueblo contaba con dos líneas telefónicas, una privada y la municipal, ahora cada departamento municipal cuenta con su propia línea y esto les permite realizar de mejor manera sus actividades.
Tiwintza carece de profesionales que puedan permitir el desarrollo municipal con personal propio, por lo que tienen que, por ahora, importar profesionales, de Cuenca, Riobamba, Quito, Macas, Puyo, etc.
Cada minuto de permanencia aquí me recuerda el olvido al que ha sido sometido este pueblo desde tiempos inmemoriales, sólo recordado en tiempos de Guerra y que recién ahora, al menos, un Gobierno les ha dado luz eléctrica, carretera, una entidad bancaria y telefonía, servicios básicos para cualquiera de nosotros.
En la hora del almuerzo con mi lonchera sentado en una de las bancas de su único parque contemplo madres adolescentes, gente saliendo a esperar agua de tanquero, señoritas coqueteando con militares (el 80% de sus mujeres se casan con militares, que son apreciados como buenos partidos por estos lares), niños saliendo de la escuela jugando fútbol en el polvo, militares vendiendo pollo, entre otros, pienso el nivel de acostumbramiento que puede llegar el ser humano a sus condiciones, tienen carencias, muchas y graves, pero siguen sus vidas en función de sus realidades.
Por otra parte, pienso en que estos rincones aún están fuera de las taras y vicios de los conglomerados urbanos y su carencia de malicia es su mayor virtud y su mayor defecto.
Tienen un proyecto de desarrollo turístico que espero dé resultados, ya que en su periferia, tiene muchas riqueza natural, sólo pero que no sea masivo, sino este lugar irá ganando en servicios (necesarios y urgentes) pero perderá en felicidad. Serán invadidos por nuevos turistas, nuevo capital (lo que es bueno) pero también con nuevos problemas.
Estos pueblos nuestros que son perdidos en el tiempo y en el espacio deben ser protegidos por todos, debemos concientizarnos con su realidad, con su extrema pobreza, trabajar en darle mejores condiciones, en supervigilar que no exista corrupción en sus órganos de administración pero, también, que no pierdan su esencia, su escala de valores que, en mi opinión, es de la más alta escala comparada con la de nuestros mejores puritanos urbanos.
Cae la tarde y con ella en algo el calor, tomo la última ruta a Macas que me dejará en la “Y” de Patuca, para seguir mi camino y pienso en todo lo vivido y me meto en mis reflexiones hasta que Aventura me recuerda, a todo volumen en mi oído, que me acompañará de regreso a casa.
Crónicas del Pueblo del Fin del Mundo
4 am, mucho frío, un pueblo solitario, parque central. Camino sin rumbo después de desembarcarme del bus con el ánimo de encontrar alguna pista que me permita seguir mi travesía.
En mi camino de confusión me encuentro con un borracho que se despierta cual zombie de película y que empieza a seguirme, sigo caminando y veo una unidad policial en la acera del frente, cruzo y me siento, el borracho aquel se sienta en la banqueta del parque y queda frente a mi vista, yo estoy sentado fuera de la unidad policial y por 45 minutos tenemos un espectáculo de fijación de mirada un poco chusca y un poco atemorizante, finalmente el borracho aquel se da por vencido y sigue su camino.
Me levanto y vuelvo a caminar sin rumbo y sin encontrar la respuesta que necesito en este camino sin mayor brújula, en una esquina de esas me parece ver un bulto arrimado en una banca de madera, sigo caminando y me doy cuenta que es una persona, la veo, me ve, no nos decimos nada, doy varias vueltas y al fijarme en mi absoluta soledad me envalentonó a preguntar: “Señora buenas noches, disculpe, ¿usted sabe a qué hora sale el próximo bus a Santiago?”… “Uuuuy joven el siguiente bus sale a las 9 de la mañana, yo también estoy esperándolo, así que habrá que tener paciencia…”.
Estoy en Méndez, provincia de Morona Santiago, oriente ecuatoriano, son las 5 de la mañana y hace mucho frío, he viajado ya por 5 horas y medias por un camino tortuoso, el cual preferí volverlo hacer por la noche ya que la vez anterior, en el día, me traumaron tanto sus desfiladeros, sus cascadas en plena carretera y sus derrumbes que decidí que si me tocaba morir al menos en la penumbra de la noche para no ser consciente de lo que me pasaba (disculpen el drama).
Un velo de enojo y desesperanza cruza por mi cabeza, combinada con incredulidad.. ¿y si la señora está equivocada?, a lo mejor es una viajante cómo yo y viene con la información que le dieron. Al poco rato esta mínima esperanza queda derruida cuando me siento unos momentos y le pregunto si ella va de viaje para allá y me contesta que ella vive 21 años en Santiago. Obviamente nadie mejor que ella puede saber a qué hora sale el bus.
Termino por convencerme que tendré que ver el amanecer sentado en esa banca solitaria de ese pueblo solitario, preguntándome ¿qué hago aquí?, ¿cómo la vida me ha traído hasta acá? Y sólo pidiendo que se prendan las luces del cielo pronto para que me permitan leer mi libro de soporte para combatir el aburrimiento de 4 horas de espera. Sigo en mis cavilaciones hasta que las interrumpen una pregunta: “¿y usted no es de por aquí, que lo lleva a Santiago?”.
Fue el comienzo de una charla larga con doña “Gladys”, oriunda del Sigsig y que tiene 21 años viviendo en Santiago y cuya charla dibuja más que nada la realidad de estos pueblos.
Doña Gladys comienza por contarme sus orígenes y que el seguimiento a su marido la motivó a marchar con “4 caballos y mis ocho hijos” a Santiago en busca de un porvenir mejor, a través del negocio de la madera y la carpintería de su esposo.
Me cuenta que viene de Cuenca comprando unos repuestos para las máquinas de su esposo “don Vásquez” (oriundo de Gualaceo), para que siga trabajando en lo que Gracias a Dios les ha dado tanto éxito: la carpintería.
Me cuenta que en su natal Sigsig tejía sombreros y que tenía unas pocas tierras que daban malas cosechas y que “allá no había porvenir”, por eso con su esposo decidieron seguir el camino de la madera que los llevó por las rutas del oriente hasta que llegaron a Santiago hace 21 años.
Me cuenta como inició viviendo en una covacha de madera con plásticos a la orilla de la carretera, la cuál había sido inaugurada dos años antes de que ella llegara y qué era de tierra y que estaba abierta una vez por semana porque el resto del tiempo estaba cerrada por los derrumbes, como con sus ocho hijos se internaba en la montaña para buscar madera y salir a vender luego de 10 a 15 días de caminata.
Me cuenta que ahí crió a sus hijos y terminó de “colonizar” el cantón, hasta que pudo comprar su lote donde su marido “paró” su casita. Me cuenta de los progresos de sus negocios y de la crianza de sus hijos.
Me cuenta que cuando llegó a Santiago mejor conocido como Tiwintza no había luz eléctrica, sólo entraba “un turismo oriental” al día y que sí no se alcanzaba a tomar el mismo había que caminar ocho horas hasta el siguiente pueblo.
Sigue hablando como motivada por una extrema necesidad de hablar con alguien, pero me doy cuenta que no es motivada por la soledad del momento, sino por su necesidad de conversar con alguien a quien transmitir su historia de vida. Apenas doy unas cuantas frases sobre lo que hago y que me lleva a esos lares, el resto es un monólogo de la señora, intercalado por mis preguntas ya que la conversación me interesó sobremanera.
Me cuenta sobre la vida en Santiago o Tiwintza durante la guerra del Cenepa. Tiwintza se encuentra a 15 minutos andando (6 minutos en carro) de la frontera con Perú y del destacamento “Soldado Monje” uno de los principales protagonistas del conflicto. Me cuenta como fue evacuado el pueblo por los militares y que ella envió a sus hijos a Cuenca pero ella y su esposo se internaron en la montaña porque debían seguir trabajando. Me cuenta como el pueblo se llenó de baterías anti aéreas, como veía caer helicópteros en llamas y el temblor de la tierra con los bombardeos.
Me cuenta también de los tiempos de paz, de cómo se interna en el río arriba para buscar madera, durante 2 días en el bote gabarra que la hace meterse en territorio peruano.
Me cuenta de los shuaras, de sus hijos, de sus hijas, de sus yernos militares, de la muerte de uno de sus yernos queridos, de sus hijos en EEUU que se fueron por la frontera, de su hijo el descarriado y de la locura que se le ha metido a su hija, ya que de la noche a la mañana “se le ha metido la locura” de estudiar en la universidad. Me cuenta que su esposo les dice a sus hijos molesto que no entiende por qué su empeño y pérdida de tiempo en estudiar y no tomar oficio como él que con su segundo grado ha logrado tener estabilidad económica.
Me contaba que estaba profundamente acostumbrada al calor y que odiaba al frío y que pensaba morir en el oriente.
Me contó como crío ocho hijos y cómo sigue criando 5 nietos de sus hijos fuera del país.
Me contaba como por casualidad había conocido las instituciones financieras y cómo había convencido, casi obligado, a su marido para que le firmara los papeles de su primer préstamo bancario, poniendo en prenda sus lotecitos con sus chanchitos.
Cuando ya veía los primeros albores de luz, me desayuno con una de las confesiones que más me estremecieron, en un momento de la conversación doña Gladys me dice: “con mi esposo siempre hablábamos que seguramente nuestros nietos verían la luz eléctrica permanente y el teléfono en Tiwintza… pero el año pasado este ángel llamado Correa nos mandó cuatro bendiciones de golpe en el mismo año, una carretera decente y que no se cerraba, la luz eléctrica interconectada y permanente, un banco nacional de fomento que hace que la gente retire su platita en Santiago y la gaste ahí mismo y el teléfono satelital en todas nuestras casitas”, por eso lo bendecía siempre y no entendía como “estos indígenas” podían oponerse.
Me contaba la felicidad de poder escuchar a sus hijos que le llamaran a cualquier hora y ya no tener que pagar “el dólar” por cada minuto de recepción de llamada que tenía en la única línea que había en el pueblo, del señor Gómez que en tono molesto siempre le comunicaba los recados de su hijo ó que, tuviera que caminar hora y media de subida y lo mismo de bajada para hacer una llamada de la torre de emetel en la montaña.
Expresaba su dicha incontenible al no tener sólo una ruta para su cantón sino con 3 frecuencias diarias y dos compañías distintas lo que resultaba en seis frecuencias de viaje de ida y de venida.
En principio me llamó profundamente la atención sus palabras y luego me avergoncé por mi cobardía y holgazanada de protestar por tener que esperar 4 horas por un bus, a doña Gladys no le importaba, esperar 4 horas era lo de menos después de haber tenido que caminar 8 horas para tomar un bus, de aguantar la guerra, los diluvios de la selva, la escasez de víveres, el no tener luz eléctrica, telefonía, el no poderse comunicar con los suyos y criar así ocho hijos y cinco nietos.
Aquella señora conocida en aquella banca lejana de ese pueblo lejano, en esa visión surrealista del orden de las cosas, me enseñó una de las lecciones más valiosas de mi vida. Los seres humanos siempre, por costumbre, añoramos lo que no tenemos y nos quejamos de lo poco que tenemos, pero no reparamos que lo poco que tenemos es lo que pueden añorar otras personas.
La felicidad de doña Gladys por los servicios básicos con los cuáles nosotros nacimos, crecimos y que son hasta imperceptibles para nosotros, me enseñó lo elemental de nuestras necesidades y lo compleja de nuestra satisfacción, ella feliz por una carretera, yo molesto porque no hay internet en mi teléfono inteligente. Ella feliz con la luz eléctrica y yo molesto por no ver mi twitter.
Algunas veces me he preguntado si doña Gladys era real o era una proyección de mi conciencia, pero el recuerdo de su despedida en el bus que tomamos juntos, me recuerda lo muy real de su presencia: “que le vaya bien joven, tomará mucha agua que acá hace mucho calor y bienvenido a la selva”.
P.D. en un próximo post les contaré la segunda parte de este viaje del pueblo del fin del mundo.
Los Valores del Capital: El reino de la Hipocresía
La jauría histérica que muerde frenética y eufórica mi túnica
pretende dañarme con su crítica tóxica y absurda.
Huérfanos del poder del análisis lógico y científico,
ignoran que me protege le égida presencia del Creador
y que el vínculo íntimo, intrínseco y metagénico
que tengo con la élite hipérborea y hermética del Olimpo
es más valioso que la fama efímera y epitélica
que los homúnculos un día me dieran.
Sariel Angel
(Defensa retórica y sarcástica en clave Esdrújula)
Cuando era adolescente, mi tío, que es lo más cercano a una figura paternal que he tenido en mi vida, me decía: “el que tiene el poder económico siempre pone las condiciones”.
Durante mucho tiempo, durante mi crecimiento me resistí a creer en su totalidad esta afirmación contundente, pensando en que no se puede metalizar al ser humano.
Pero a medida que he ido atravesando los vaivenes de la vida (y los que me faltan todavía), me he convencido que mi tío no sólo tiene razón sino que se quedó corto en sus afirmaciones. El poder económico, no sólo pone o impone sus condiciones, sino que impone sus reglas, condiciones morales, sus valoraciones éticas y sus anti valores.
Esto, lamentablemente, se da en todos los ámbitos de la vida de nuestra sociedad diseñada para el capital y el consumo. Se da en las relaciones interpersonales de uno a uno como el matrimonio, la amistad, los valores familiares. Y ni se diga en las relaciones comerciales, profesionales o de “manejo externo”.
Así como en el tiempo de los fisiócratas el que ostentaba los metales preciosos estaba en la cúspide de la pirámide, actualmente el bien de culto es el “capital” y el que posee el mismo tiene derecho a imponer sus consideraciones morales, éticas y hasta religiosas.
En las relaciones interpersonales se impone las valoraciones del que “más tiene”, pues el que sustenta económicamente el hogar siempre tendrá la última decisión o, en su defecto, en el concepto más amplio de familia, siempre será el consultado, el gurú al cual todos los demás miembros acudirán o en petición de ayuda o aunque sea de un consejo. Su estatus económico le permite estar un escalón más arriba, en lo atinente a las valoraciones morales y le da patente de corso de hacer sus observaciones y a no ser observado, está por encima del bien y del mal. Siempre tendrá la razón y, consciente o inconscientemente generará una relación de dependencia económico - espiritual de los demás hacia él, ya que la dependencia se traduce en poder.
A nivel macro, tenemos la muestra más clara con lo que pasa con los países, el poder de la acumulación del capital, les permite a ciertas potencias imponer sus condiciones económicas, políticas, sociales, religiosas, militares y hasta culturales.
Para muestra un botón, EEUU basa su poderío en su capital, lo que con sus programas de “asistencia” genera sus relaciones de dependencia de los países carentes de capital, lo que le obliga a países como el nuestro a la necesidad consciente o inconsciente (ya está impregnada en nuestra psiquis) de consultar o requerir autorización para cualquier acción independiente, a ciertos nefastos gobernantes nuestros a declararse “mejores amigos o aliados” y al igual que en el ejemplo familiar anterior descrito, se convierten en gurú basado en la dependencia económica.
Nos imponen sus dogmas tales como: “libertad de mercado”, nos imponen el pop, la hamburguesa, coca – cola, los jeans y hasta sus anti valores como la conducta agresiva.
Me voy a permitir centrarme a los valores que impone el capital en las relaciones comerciales o de “manejo externo”. En este ámbito, al igual que en los ejemplos antes descritos, el capital impone sus nuevos valores, dónde siempre el más grande siempre tendrá la razón.
Todos los demás actores de la sociedad siempre se asociarán o se alinearán hacia el que tenga mayor poder económico, por cuanto “nunca se sabe cuándo se necesitará de él”.
Las grandes empresas o corporaciones imponen sus reglas y sus formas, siempre mantendrán su imagen, por más errores, injusticias o ilegalidades que cometan, siempre mantendrán su buen nombre, por cuánto ellos son los que estipulan los valores morales y los conceptos de honra.
Un pequeño proveedor que se equivoca o falla en un contrato siempre quedará estigmatizado en el gran círculo empresarial, mientras las acciones de éstas empresas en algunos casos monopólicas, de competencia desleal, de concentración injusta de riqueza, de acaparamiento, de utilización de artimañas, de no pago a sus trabajadores, a sus proveedores, de abuso, que son mucho más perjudiciales para la sociedad, no son señaladas pues la escala de valores imperantes es la de ellos mismos, así como la de anti valores, por ende, los que a los grandes capitalistas les parezca inmoral, a todo el círculo a su alrededor les parecerá inmoral también.
La sociedad siempre girará en torno al poder económico, por necesidad actual o futura, por el mantenimiento de las “relaciones” ó simplemente el de pertenecer al mismo círculo.
Dentro de éstos anti valores el más grande y, en mi opinión, el más aberrante es el de la hipocresía, la sociedad se convierte en el reino de la hipocresía, en el cual para los poseedores del capital no hay sugerencias sino adulaciones, no hay críticas sino sugerencias, no hay diferencias de criterio sino bajadas de cabeza.
El que tiene el poder económico es el más honesto, transparente, cumplido, entendido o generoso, de ahí el famoso enunciado comercial que dice: “el cliente siempre tiene la razón” (el cliente siempre tiene el poder económico). Esto se da por cuanto todos de alguna manera nos interesa mantener nuestro estatus, nuestra relación económica, nuestras ventas, nuestro círculo, nuestro plato de comida.
En honor a la hipocresía asentimos sin estar de acuerdo, nos callamos nuestras opiniones porque no interesan, no importa cómo sea el tema el poder económico siempre tendrá la razón y todos querrán estar cerca de él.
En las situaciones de “manejo externo” el poder del capital se dibuja en su mejor dimensión en la división de clases, en los valores que genera entre uno y otro, siempre hay un chiste que creo que dimensiona el tema: “aniñado corriendo…deportista, cholo corriendo….delincuente”. El poder económico predispone una consideración moral y, más aún, se mueve en círculos cerrados, de hipocresía extrema, dónde todos están de acuerdo y se estiman, cuando internamente se aborrecen.
No soy socialista, pero cada día odio más el capital y los valores que genera, lo odio por la sociedad hipócrita que grafica a su alrededor y del que yo me he vuelto parte, he querido revelarme muchas veces pero la sociedad me lleva nuevamente al círculo, en aras de mi bienestar y el de los míos.
Para muchos seré un resentido social, pero preferiré siempre denunciarlo y que no me valga la pena ser cobarde y resistirme a mi propia hipocresía aunque sea una lucha en la que lo único cierto sea que la perderé.
A fin de concluir, recuerdo un corto promocional de un programa televisivo que es transmitido por una cadena de televisión por cable, el programa se llama “mundo de millonarios”, dónde después que describe la lista de propiedades de un millonario tipo: yate con chef profesional, mansión con piscina elevada, departamento con cancha de básquet y su propio equipo de animadoras, termina con la frase: “¿No quieres ser mi amigo?”.
A.Z.
Pasta de Abogado: El Tuti di Capri
Mi verbo, en una época miel dulce y benéfica
de semántica platónica, romántica y didáctica,
hoy sólo es lava ardiente, sulfúrica, profiláctica,
de metáforas chispeantes, telúricas, volcánicas,
para denunciar a los hipócritas, retrógrados, cavernícolas
que con calumnias maquiavélicas y raquíticas
buscan manchar el espíritu indómito y monolítico
del mágico espíritu que me da la inspiración mística.
Sariel Angel
(Defensa retórica y sarcástica en clave Esdrújula)
¿A cuántos de nosotros no nos han dicho: tienes pasta de…. contador, economista, cantante, músico, futbolista, abogado, médico, charlatán, político, etc?
Al parecer los mejores en sus profesiones son los que tienen la “pasta” para tal o cual cosa. Así como, en teoría, es mejor contador el que ahorra más dinero a su “cliente”, para algunos, es mejor abogado el que mejor cumple los designios de sus clientes, sin importar, cómo, cuándo y dónde.
A muchos abogados parece que se les enseña en el preuniversitario, a amenazar, amedrentar, atemorizar, a “pegar” y después preguntar, a litigar y después negociar. Aprenden la palabra demanda antes que la palabra acuerdo, se les instruye en el término “honorarios” o “gastos procesales”, antes que “negociación entre las partes”.
Se les da un módulo de entrenamiento en tácticas de amedrentamiento y un curso intensivo de persecución. La cátedra de ética legal hace eco… en las paredes de las aulas vacías.
No importa los antecedentes, no importan las realidades, sólo importa el fin, éste justifica los medios y sobre todo los honorarios. Algunos prestan sus servicios a chulqueros, otros a grandes corporaciones que los contratan para evitar un pago a algún proveedor o a algún trabajador.
En estas actividades aparecen las “notificaciones prejudiciales” dónde con grandes letras mayúsculas, subrayadas, remarcadas se establece las acciones civiles, laborales, penales a emprender, llegando a anticipar sentencias (potestad exclusiva de los administradores de justicia) como en algunos casos “prisión”, en otros “embargo” y otros “central de riesgo”, desarrollan tácticas que envidiaría el mismo Sun Tzu, hacen del policía bueno y malo, establecen que no hay posibilidad de acuerdo a menos que se cumpla con lo que piden, establecen plazos, antes de pedir “el embargo” o de enviar a alguien a la “central de riesgos”.
Al ser éstas producto de las “nuevas” realidades que envuelven a nuestra sociedad, hay una competencia interna de ser unos mejores (más bien peores) que otros, de quién tiene actitudes más gansteriles, quién se convierte en el TUTI DI CAPRI de la Cosa Nostra legal, el que lleva el récord invicto de consecución (¿o persecución?) de resultados.
Tan es así, que ahora hacen publicidad, en periódicos, volantes, insertos, páginas webs, redes sociales, con mensajes: “¿No le pagan?, ¿Cartera vencida?, ¿No puede localizarlos?, ¿ha sido calumniado?” o sino: “Recuperamos deudas incobrables, localizamos morosos, trabajadores incumplidos”, es decir, todo un mini plan de marketing para engrosar su cartera de clientes.
En muchos casos son “profesionales” con una limitada preparación académica, sin mayor sentido del espíritu de las leyes, que ni siquiera cuentan con conocimientos plenos de ortografía, redacción y mucho menos de deontología jurídica (ciencia que trata sobre la ética profesional del abogado) de la cual muchos ni siquiera han escuchado el término. Quieren compensar todas estas deficiencias con prepotencia, con una actitud personal casi mafiosa para disimular su ineptitud profesional.
Para muchos profesionales del derecho la palabra “conciliación” se la borraron de su léxico, el querer cobrar una deuda o el no querer pagar una (en el caso de grandes corporaciones) con amenazas y temores jurídicos, en muchos casos, sin fundamentos y en otros exagerados, sin importar los antecedentes del deudor o adeudado, ni del porqué de la deuda y, lo que es peor, llegando a valoraciones subjetivas, a calificaciones morales sobre la otra parte, sin que exista evidencia alguna y, si ésta existe, ¿qué autoridad moral pueden tener para calificar moralmente a alguien?. Creen que están en la cúspide de la “cadena alimenticia”, cuándo ésta gira tan velozmente que no se sabe que pasará mañana.
Se debe reconocer que son éstas actitudes las que han ocasionado en nuestra sociedad, que en su mayoría desconocen la ley, el terror a la palabras “abogado”, “judiciales”, “departamento legal”, “demanda”, lo que, en vez de hacer reflexionar a estos profesionales, les llena, les nutre y les reconforta porque les sirve mejor para sus fines.
No estoy en desacuerdo con la contratación de profesionales del derecho para éstos inconvenientes, el asesoramiento legal siempre es y será necesaria en la vida de personas naturales y jurídicas, lo que me opongo y no acepto son las formas, en la falta de humanismo, en la carencia de predisposición de llegar acuerdos. Con el afán de justificar sus, cada vez, más elevados “honorarios”, muchos abogados llevan a sus clientes a litigios que se pudieron evitar en la mayoría de los casos con una buena gestión de negociación.
Es correcto que un profesional necesite ganar sus honorarios, pero estamos partiendo de concepciones equivocadas, si se lograra desprender a la sociedad de los miedos a todo lo que implica el ámbito dónde se desarrolla el ejercicio profesional de un Abogado, muchas más personas e instituciones quisieran asesorarse de un profesional del derecho, porque saben que éste no tiene como prioridad el conflicto sino la solución de los mismos. Éstos profesionales deben desprenderse de este concepto primitivo: “sólo del litigio puede derivar honorarios”, sino más bien, éstos se deben generar en primer y fundamental lugar, del asesoramiento y de las resoluciones de conflictos, la vía judicial debe ser siempre la última instancia.
Estoy plenamente convencido, que si en las reuniones en las que intervienen abogados, en vez de la que parece una lectura de derechos del acusado, los argumentos acusatorios, la sentencia y la pena, de entrada se propusieran soluciones o se estarían dispuestos a escuchar propuestas de soluciones, muchos problemas de nuestra sociedad se resolvieran sin el desgaste de relaciones que conlleva un litigio judicial, así como se descomprimiera nuestro sistema de justicia.
De la misma manera, pienso que todas las profesiones, ya sean exactas o de letras, deben ser ejecutadas con raciocinio más que con emotividad, por cuanto de ello depende el correcto funcionamiento social. Pero no podemos despegar los valores humanos de éstas gestiones, el ser humano en primer lugar es eso, un “ser humano” y luego es un profesional.
No quiero satanizar a los Abogados, existen muchos con gran sentido del profesionalismo y sobre todo cargados de sentido humano, existen grandes profesionales que cumplen día a día su obligación con vocación, convicción y comprensión sin que ello implique caer en sentimentalismos, para ser eficaz no se necesita ser el más implacable o el más frívolo. Estoy seguro que no debe existir mejor sensación que el tener conocimiento suficiente en nuestro cerebro y tranquilidad en nuestra alma y espíritu, complementar los títulos en la pared, la cuenta bancaria, con los reconocimientos del alma.
Espero muy sinceramente que los nuevos Abogados vayan transformando sus vocaciones y dejen de ser solamente Abogados “de los Tribunales y Juzgados de la República” y vayan teniendo un concepto más integral de “Asesor Legal” y, estoy convencido, que a futuro, por el bien de la sociedad, la rama más desarrollada y solicitada del derecho será “La Resolución de conflictos”.
Mientras tanto, seguiré aborreciendo a esos abogados carroñeros que pululan en nuestros medios, que en muchos casos se empeñan en propiciar conflictos, antes que resolverlos y espero que en ese juicio en el que no tenemos derecho a leguleyadas que es de la conciencia cuenten con un dictamen absolutorio.
P.D. Por cierto mi carrera profesional es el derecho.
Diatriba contra el fútbol
Odio el fútbol. Me enoja el degradante espectáculo de 22 hombres sudorosos corriendo atrás de un balón para meterlo en un espacio de ese rectángulo llamado “cancha”. Odio ese espectáculo de “hombres” que después de cada gol se llena de escenas gays, besos, abrazos, agarradas de nalga, coreografías, etc.
Tengo pena por el espectáculo taciturno de hombres abrazándose, besándose, arrodillados, llorando porque su equipo hizo un gol en el último minuto o el gol del campeonato. Sí, odio el fútbol porque me recuerda lo patético que soy al dibujar cada una de las escenas descritas en estos párrafos, odio el fútbol porque soy su hincha, su admirador y su fiel seguidor.
Para muchos el fútbol es un espectáculo “bárbaro” y lo es. La simplicidad, rusticidad del mecanismo del “juego” genera su falta de razón, pero el fútbol es eso, un espectáculo irracional hecho para racionales.
El fútbol me ha regalado momentos de alegría, de histeria, de enojo, de frustración, de tristeza, de coraje, de valentía. Por el fútbol he cantado a todo pulmón con mi voz de operado, por el fútbol he saltado, me he abrazado con desconocidos, me he convertido en analista profundo y en comentarista de techo.
Por el fútbol he estado horas sentado frente a un televisor, he viajado muchos kilómetros, he aguantado frío, calor, lluvia, sol, por ese espectáculo medieval de la pelotita y he hecho muchas cosas.
El fútbol es una expresión de la sociedad, es el deporte que expresa, desde sus orígenes, la rebelión de las clases desvalidas, de los inopulentos, de los lumpe, expresa las costumbres, cultura, alegría, sensaciones de cada sociedad. “Se juega como se vive” como dice Benedetti y por eso mi amor, a la gambeta, a la filigrana, al toque y a la poesía.
Odio el fútbol porque es el “circo” que tiene el pueblo a falta de su “pan”, el que ha aliviado momentáneamente mis penas y el que hace lo que en la vida normal es impensable.. la victoria del chico sobre el grande, es el alivio de nuestras culpas y la salida momentánea de nuestras frustraciones.
El fútbol es una de mis pasiones después de mi familia y a la par de la lectura y de viajar.
El fútbol es de los enfermos, locos, obsesivos, patéticos y lastimeros y gracias a Dios lo soy. El fútbol es de locos y soy uno de esos.
Odio el fútbol.
El tiempo verdugo
Muchos nos llenamos el alma al decir que no odiamos a nadie, pero yo SÍ, yo ODIO el tiempo. El artilugio más nefasto del ser humano es el reloj, el tiempo maldito nos hace ir apurados, nos hace levantarnos tarde y nos obliga a acostarnos temprano.
El tiempo es un sicario verdugo que no se conduele con nada ni nadie, que pasa carcomiéndonos el alma y los huesos, el que nos aparece las arrugas y las canas, el que hace caer lo que estuvo en pie y que levanta lo que debe estar acostado (como el azúcar).
El tiempo pasa cuál tren bala en nuestros momentos felices y se detiene en nuestros momentos de tristeza, de coraje o de miedos, no sólo se nos lleva el cabello sino que se nos lleva las sonrisas, los besos, los polvos, los familiares, las novias (o novios) y los convierte todos en “recuerdos” y, en muchos casos, hasta los recuerdos se los lleva, ya que, lamentablemente, no contamos con un disco duro externo de 1 terabyte para ellos.
El tiempo nos disfraza el alma y nos engaña el corazón con la “felicidad” y cada cierto tiempo nos golpea con la tristeza para recordarnos que estamos aquí de paso. El tiempo obliga a muchos acumular, tomar, quitar, dar, recibir y sin importarle cómo, cuándo ni dónde. Podemos estar alegres, tristes, molestos, felices, infelices, pero él siempre está, esperándonos ahí a la vuelta de la esquina.
Odio el tiempo, odio el reloj, odio los siglos, décadas, lustros, años, meses, semanas, días, horas, minutos, segundos, todo ese orden perverso que nos obliga a movernos pero reconozco que no puedo vivir sin él. Sin el tiempo no hubiese podido contar los meses y días para que nazca mi hijo, para verle a mi esposa, para viajar y para escribir este post.
Sólo espero que el tiempo se conduela conmigo y en su tránsito imparable me lleve más por rosas que espinos y sólo espero que el día en que llegue mi muerte me permita decirle a los míos que los amo y que me lleve inexorablemente en paz.
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